English version: The yellow stain: a country’s expression
Fuente: Terra Deportes
Hace algún tiempo mi atención está
puesta en el análisis de comportamientos manifestados en colectividades integradas
por seres humanos que usualmente tienen un fin común, es decir, desde la
conducta de un país o empresa, hasta lo que podría ocurrir en una pareja como
ente social. Dentro de las variadas características que se identifican en este
tipo de sistemas sobresalen los rasgos de cohesión y conflicto, entre ellos la emocionalidad.
Uno de los momentos más oportunos para contemplar la faceta sensible que conecta
a estos seres colectivos son espectáculos
multitudinarios como conciertos, convenciones religiosas y eventos deportivos. En
este último escenario, donde afloran llamativos contrastes de la emoción humana
y en el cual se ubica el bien gozado o sufrido culto al fútbol se presenta una irresistible oportunidad de
análisis, y más aún cuando por estos días de depresión post mundial abundan las
reflexiones acerca de lo que fue o pudo haber sido. Por eso en esta ocasión quiero
echar un breve vistazo al reconocido ser que
asumió el nombre de “mancha amarilla” cuando se puso la camiseta de su
selección tratando de evadir por un rato sus malestares para impregnarse de alegría,
pasión y esperanza; tener buenas conversaciones, y estar cohesionado en torno al
Mundial de Fútbol que finalizó recientemente.
Creo que en Colombia no hubo
rincón en donde no se haya escuchado hablar, y especialmente donde no se haya
vivido la experiencia de la famosa Mancha
amarilla que ya había empezado a gestarse desde la etapa de clasificación,
fortaleciéndose luego gracias a la pasión puesta por todo un país representado por
los 23 integrantes que dejaron huella en el torneo deportivo más importante del
mundo. Solo basta con leer los reportes de los medios nacionales e internacionales
en torno a la participación de la Selección Colombia. Mancha y Fiebre amarilla son sin lugar a dudas los términos que más aluden a
la masa de aficionados colombianos que vibraron al llenar los estadios
brasileños entonando el himno con júbilo y alentando sin descanso a sus héroes. Una reconocida periodista nacional
describe muy bien la sensación de conexión emotiva:
“Me corrió un escalofrío por todo el
cuerpo al ver que un estadio de casi 74.000 sillas estaba lleno de colombianos,
vitoreando a su selección. Por más que intenté evitar caer en sus redes, no
tuve cómo resistir los embates de la bocanada de nacionalismo que de pronto me
arropó sin darme cuenta […] Me conmoví hasta los tuétanos oyendo a todo el
estadio entonar el himno nacional y lloré con la mayoría de los colombianos sin
saber por qué lo hacía […] En los estadios, en los aviones, en los aeropuertos
la mancha amarilla nos daba una pertenencia inusitada en medio de esas lejuras
y distancias brasileras. Sin darnos cuenta compartimos historias, diálogos,
emociones con colombianos de todos los pelambres…”[1]
Podría asegurar que la mayoría de
los colombianos nos vimos envueltos en esta especie de fusión, especialmente quienes
al igual que la periodista tuvieron el privilegio de alabar a su equipo en los
diferentes templos del fútbol
brasilero.
Cuando me refiero a la mancha amarilla como ser colectivo no estoy utilizando una simple
metáfora. Esta expresión sistémica tomó vida en la consciencia colectiva de los
colombianos que al integrarnos le dimos cuerpo, pensamiento y lenguaje. En Brasil
y en el País pudimos ver claramente su anatomía. Ahí estaba en las tribunas de
los estadios haciendo la ola y bailando como bailaron los jugadores al anotar un gol. La vimos en cada esquina de las ciudades, en los hogares y en
las instituciones colombianas. Celebró con los triunfos y se
deprimió con la derrota. Luego, mostrando al máximo su faceta de consentidora recibió
en su seno a los 23 hijos y a su líder como si hubieran ganado la copa. Su pensamiento y expresiones se evidenciaron con
ímpetu en las diferentes redes sociales[2],
especialmente en Twitter, el medio
por excelencia para identificar conversaciones de seres colectivos. Hashtags como #ManchaAmarilla, #HinchasInseparables, #VivaMiSeleccion, entre muchos otros, dieron muestra de ello. Digamos
que este fenómeno se puede observar con cierta claridad partiendo de la
interesante y debatida teoría de los Memes[3]
(transmisión/imitación de la memoria colectiva). En resumidas cuentas dicha hipótesis
plantea que la transmisión cultural, evidenciada principalmente en el lenguaje
y demás expresiones inherentes a cada cultura, es paralela a la transmisión
genética y por lo tanto permea la evolución de un individuo, comunidad o
sociedad. Al llevar este criterio a nuestra querida Mancha, lo que hicimos entonces fue crear un meme o memoria social que
seguramente continuará esparciéndose para permear las nuevas generaciones de macondianos alegres y pachangueros que
vibrarán con los triunfos y sufrirán con las derrotas de su equipo del alma.
Finalmente, no se puede desconocer
que la mancha amarilla es un fenómeno
que ha marcado positivamente al País mostrando su cara más amable en el
contexto deportivo. Sin embargo, debemos ser
conscientes de que este organismo recién
nacido es por ahora una expresión emocional. De los colombianos que deseamos vivir en un buen país[4]
depende su transformación en algo más sólido que trascienda el fútbol. Es
verdad que no es fácil, muchas veces preferimos tomarnos la aspirina para evadir
la enfermedad en vez de hacer un esfuerzo por erradicarla. Creo que valdría la
pena y más cuando dos de los memes
más poderosos en Colombia son contradictoriamente el de la desintegración social y la no
memoria.
[1] Columna de María Jimena Duzán en la Revista Semana, EL PODER DEL FÚTBOL Edición N° 1679,
Julio 2014.
[2] A propósito este también fue el Mundial de las redes
sociales. En ningún evento de gran magnitud se había registrado antes tanta
interacción.
[3] El término meme
se ha popularizado principalmente como un fenómeno que genera tendencia en las
redes sociales (imagen, mensaje, video, etc.) Este planteamiento teórico fue
acuñado por el científico Richard Dawkins
en su Libro El Gen Egoísta.