Savater (1997)
relata que cuando al poeta José Bergamín[1] se
le reprochaba el exceso de subjetividad en sus juicios este respondía: “Si yo fuera un objeto, sería objetivo; como soy
un sujeto, soy subjetivo”. Así, de acuerdo con el filósofo español (1997), la
educación es tarea de sujetos para la formación de otros sujetos, no de
objetos; y esta subjetividad es determinada por la tradición, las leyes, la
cultura y la escala de valores de la sociedad en la que se encuentran inscritos
tanto el que la imparte como el que la recibe. Por esta razón la educación es por
excelencia una máquina productora de esquemas mentales los cuales empiezan a
moldearse en las conversaciones del entorno familiar, social, religioso,
gubernamental, y académico; y cuyo fin principal es adaptar al “nuevo miembro”
a los prejuicios de dichas colectividades (Savater, 1997). Prejuicios que luego
el individuo puede descartar o reforzar de acuerdo a sus propias experiencias y
descubrimientos.
Paradójicamente,
haciendo un enfoque en el marco formal[2] de
la educación, ninguna de las definiciones básicas halladas entrelazan de manera
directa este concepto y la conversación.
Por el contrario, tanto en el diccionario oficial de la lengua española como
inglesa, dos de las principales definiciones indican que la educación, es una instrucción sistemática impartida por el
profesor[3]
(RAE - Oxford, 2014). Si se modificara la palabra instrucción por conversación,
la palabra impartida, por construida, y adicionalmente se
incluyera al segundo actor del proceso (que debería ser el protagonista…), la
definición[4] tomaría
un poderoso sentido puesto que la transmisión de conocimiento no debería darse
tras una imposición sino en el marco de una interacción que facilite una
construcción colectiva[5],
en este caso, entre profesor y alumno.
Platón, proclamó
en el marco de La República:
“No habrá pues,
querido amigo, que emplear la fuerza para la educación de los niños; muy al
contrario, deberá enseñárseles jugando, para llegar también a conocer mejor las
inclinaciones naturales de cada uno”. (Savater, 2008: 26)
En adición, Aristóteles siempre mostró una especial preocupación por la educación de los jóvenes
promoviendo entre los gobernantes la importancia que esta tenía para la constitución política
y democrática de la Polis (Savater, 2008).
Siguiendo estos
consejos, John Dewey[6],
reconocido como el filósofo de la educación y quién situó el tema como eje del
pensamiento contemporáneo (Savater 2008), influyó notablemente en la evolución
del concepto conocido como progresismo
pedagógico cuyo fin principal es ubicar la educación en un marco
democrático de equidad y participación (Singer,2013). De esta forma Dewey ubica
al estudiante en el centro del sistema escolar, en contra de la visión
tradicionalista -evidenciada en las definiciones- que concibe la enseñanza como
la “imposición de una serie de contenidos al alumno”, ubicándolo como un actor
pasivo en dicho proceso (Savater, 2008). Con respecto al docente, el concepto
progresista señala que éste debe propiciar espacios de experimentación al
estudiante que le permitan ser “artesano de su propio conocimiento” y apoyar
así la actividad del aprendizaje (Savater, 2008). Como un ejemplo, El profesor
Humberto Maturana (2002), denominó al espacio de trabajo con sus estudiantes, el taller
renacentista, pues allí alentaba la vivencia del “hacer”, la “reflexión” de
este hacer, “en el contexto continuo de la conversación sobre el hacer en el
hacer.”:
“Yo digo que mi
laboratorio es un taller renacentista porque es un espacio […] del vivir, como
los talleres renacentistas donde existía
un artesano o artista, y los estudiantes se transformaban a su vez en artesanos
o artistas, según sus preferencias, en el convivir con el maestro.” (Maturana,
2002: 43)
En esta misma
vía, Sima Nisis[7]
(Maturana, 2002) hace una importante reflexión asumiendo una postura consciente
sobre su responsabilidad como educadora sugiriendo que el maestro no debe
actuar desde el “tradicional desnivel” que lo sitúa como regulador o
manipulador de la vida del alumno, por el contrario, debe propiciar un
encuentro nivelado que le permita “observar ante sí a un ser humano que guía
‘des-imponiendo’, alguien como él, con sus carencias y sus virtudes.” (Maturana,
2002: 10) En este sentido el planteamiento equitativo defendido por Dewey es a
su vez un reconocimiento virtuoso hacia el maestro puesto que fortalece su
credibilidad y autoridad. Como lo indica Savater (1997), “la autoridad no
consiste en mandar” su raíz etimológica proviene del verbo latín augere cuyo significado se interpreta
como “lo que facilita el crecimiento”.
A nivel personal
los educadores que han dejado una huella positiva desde mi infancia hasta los
días recientes, son, por lógicas razones, aquellos que con su pedagogía
facilitaron participación y construcción, afianzando de esta forma el encuentro
de algunas de mis pasiones. Por ello, solo en este equilibrio entre
profesor y alumno se puede facilitar una conversación efectiva en los pilares
del pensamiento de la educación, que según Dewey, constituyen un hecho
comunicativo y social (Savater, 2008).
[1] Escritor,
ensayista, poeta y dramaturgo español (Madrid, 1895 – Hondarribia 1983).
Revisar biografía en: <http://www.artepoetica.net/jose_bergamin.htm>
[2]
Educación académica - pedagogía impartida en desde el sistema escolar,
primaria, secundaria, hasta la universidad.
[3]
Estoy haciendo una fusión de ambas definiciones: RAE y OXFORD
[4]
Esta sería la definición: “Conversación sistemática construida entre profesor y
alumno…”.
[5] Si
esta definición “evolucionada” de educación se llevara a la práctica, muchas
organizaciones o sistemas educativos tendrían que cambiar su modelo mental en
la actualidad (progresismo pedagógico)
[6]
Referencia bibliográfica
[7]
Colaboradora del Doctor Humberto Maturana en su libro El sentido de lo Humano. Texto inspirador que recoge principalmente
entrevistas, conferencias, tratados y comunicados de este Biólogo, Humanista y
Filósofo chileno.
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